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sábado, 22 de abril de 2023

Despedida. Cómo cantar Adiós papá de los Ronaldos junto a flores, un nicho y un gato.

Al escritor le pediste que hablara sobre tu muerte, al hijo se la dejaste. Tú.


Yaces inmóvil y llega tarde, el hijo, en la cama todavía cálido, el hermano toma el mentón, la hermana acaricia y la madre reconforta al cadáver, porque ya eres un cadáver, tu cuerpo, en breve, abandonará el espacio y el tiempo, ocupará, son tus deseos, su lugar en la tierra. Con cuerpo, sin ti.


El personaje se despidió, ves hacia la luz, busca la fuente, entonces descansa junto a otros seres queridos, te perdono, gracias; no sabe si fue así o no, no es importante para el relato, lo único que le importa al escritor es observar y ayudarle a recordar, a buscar la paz que necesita consigo mismo, si eso fuera posible. ¿Dónde habitarás en el inhóspito paisaje?


El hermano recuerda una foto de la infancia con su padre y su tío, los hermanos pequeñísimos, como si alguna vez hubieran habitado aquellos cuerpos que reconocen a duras penas en las imágenes, no sabe por qué recuerda esa foto, sobre la mesa de hospital la hermana llevó el panteón de los seres que le esperarían por si no se acordaba de ellos, suponemos; ya con los ojos cerrados asiente que los recuerda, lanza un beso torpe porque su cuerpo ha empezado a desconectarse. La hermana lo vive por teléfono, lo explica, el padre siempre dijo que quien no tiene fotos no tiene pasado, no sabe el personaje si piensa lo mismo, sin embargo, ha dado permiso al escritor para que indague en sus fotos, para que desentrañe la madeja inconsciente de lo que fue. Tal vez, al final, si tuviera importancia guardarlas, llevarlas, explicárselas. Tú en una foto.


El tiempo ha sido largo mientras duró la enfermedad, ha ido aflorando lo que había estado oculto, el personaje ha vivido la contradicción de la vida, del cuidado, de la dependencia. El escritor sabe que ha buscado otras obsesiones para no pensar en el padre, le dice la amiga, tiene razón, diversificar el pensamiento ayuda a no abordar la complejidad de la psique, laberinto cruel. El hijo, ahora, sí que piensa en el padre. Recuerda el domingo, precisamente el domingo, él enfadado por divagar cuando le dijeron que empezaba la paralización, diversificar para no asumir, igual, quién es quién para juzgar qué pasó. En el hospital, en un momento, lágrimas incontroladas, la manifestación emocional de lo que sale de dentro, una despedida en caliente, el padre le toma la cabeza, un brazo, el otro se ha ido, y descubre la inmensidad ignota de lo que no se conoce, el abismo que se avecina con una prisa inesperada. Ayer todo funcionaba, el color, el ánimo, expeditivo, sin voz, firme, nada le dijo que vendría ese momento en que todo iba a cambiar. Pensó en la muerte, lo reconoce. Sigue divagando para no ver lo que se le muestra, el despliegue de dolor, la intensidad de las heridas. No razona, no puede hacerlo, cuando salga seguirá rumiando, ensimismado en alucinaciones que percibe son irreales, pero las obsesiones reconfortan la necesidad de la lesión. Un beso húmedo, otro, no importan las bacterias ni el aislamiento, es una indiferencia irracional, pensamiento lineal hasta que vuelve a ser invadido por ausencias incontroladas, igual se ha confundido con el escritor. Igual el personaje se confunde con el padre.


La culpa. Todo empieza con la culpa. Todo se inicia en el momento en que el personaje siente que no es digno del padre, cuando sabe que es diferente, no lo acepta, divaga, literaturiza. Un periodo que abre y otro que cierra, veintitrés años de ser quien no se quiere ser, de deambular sin esperar recompensa, creyendo que supera el peso del padre, pero ahora yace, se ha marchado su cuerpo a descansar en el nicho del cementerio, allí, junto a gatos y flores, una lápida con el nombre, con pensamientos de los vivos, la esperanza infantil en que velará por los que quedan; veintitrés años que se cierran de una manera tan clara que el personaje vive su propia alucinación, porque lo sabe. Conoce los signos, no espera a que se pudran, se ha de trabajar y limpiar lo que ya no huele a vivo, es necesario tomar unas riendas que se dejaron a la inercia, desprenderse de los pesos que fueron, no funciona lo que fue tradición, las cosas han de ser nuevas siendo de siempre, se pregunta, ¿quién fue? No el padre, sino él mismo, qué queda de las risas, de la ilusión, del niño adulto que llenaba los espacios. No hay culpa en quien se fue, hay que dejarle marchar, despedirse. Le dijimos adiós, le dijo adiós, sintió que no pesaba el reproche, el silencio ha sido liberador. Tú, silencio.


El escritor recapitula, mira a su alrededor para poder observar qué nuevos gestos vienen, van. Al día siguiente hay decisiones, el personaje actúa y ahí empieza el nuevo mundo. Algunos se despiden, poco tiempo, encerrado en su ataúd solo cierta liberación de su imagen al final, para los que lo quisieron, la cara maquillada, descansando sin dolor, las manos blancas impresionan, al personaje le impresionan las manos, siente en la distancia el frío, lo percibe, no obstante, sabe que ha de despedirse, en breve irá al nicho, entre huertos, entre árboles, entre coches, allí donde habitan cientos de recuerdos, donde se depositarán algunas flores, algún vestigio que se dispersará por las fuertes rachas de viento, Adiós papá un coro de hijos riendo, alegrando la festividad de la muerte, íntimo, así dicen adiós. Adiós papá.


Pasan los días, existe la presencia de un vacío que se percibe en lo físico, se aleja de los juegos, se centra en lo propio, sabe que ha de iniciar una nueva etapa que implicará renuncias dolorosas, pero el dolor ya está presente, no se ausenta, ni a los dos días ni a los ocho, el duelo pasa lento, devorando las entrañas como una tenia invisible, cada día es un nuevo comienzo, queda menos para poder despertar a la realidad. Llaman su atención, pero el personaje decide ser fiel, busca ayuda, habla, ordena sus pensamientos, aquí el escritor permanece al margen, deja que sea él quien escriba su presente, busca oídos neutrales, ajenos, entonces comienza a ver, lejos, pero ve. Tras los ojos, la imagen del padre.


Una noche habla con el hermano, creo que la bicicleta era el símbolo del tributo al padre, mira, papá, soy capaz de un ejercicio de voluntad, mira cómo estoy, mi cuerpo transformado hacia la nada, mira, dice el hermano que compartir las actividades era una manera de buscar la aprobación, no te lo dejes, sería una equivocación, el personaje, pues, se pregunta si lo va a dejar, cuántas cosas va a dejar, amigos, trabajo, relaciones, la vida que llevó, no lo sabe, ese es el camino que debe iniciar, limpiar lo putrefacto, insiste, aunque sabe que será un tránsito largo, desprenderse de necesidades. No le dice que no, pero no sabe que semanas después el destino elegirá por él. Piensa en el antes, pero no sabe cómo organizar su presente, cómo abordar el trabajo que le espera. Pensó, alucinado, que la noche de la muerte haría un relato, vomitaría sus rencores, sus insatisfacciones, pero no le quedan rencores, sino necesidad de saber en quién se ha convertido, no hay culpa en el muerto, hubo realidad, decisiones, la hermana le dice que nos quiso a su modo, siempre nos quiso, no se puede decir nada. Hay quien nos quiere y al que no podemos querer, esa noche, pues, nadie escribirá un relato, se equivocaba como cuando quería salvar a los demás de sí mismos, a él de sí mismo. El amor es parte de la naturaleza, es dar sin recibir, es esperar lo mejor en el otro, pero no siempre podemos sentirlo, es injusto, humano sin duda; aceptarlo es un paso, pero no se puede tomar sin más. Siempre fuiste un niño rollo, decía papá, por qué estáis hablando de mí, no siempre tengo que estar hablando de ti, no sabe si le dijo cariño o simplemente le destempló, el recuerdo aflora cuando piensa en lo que quiere pensar, recuerda, también, de golpe, la primera hospitalización, él en Mallorca trabajando, luego un avión bajando en la noche para acercarse a cuidar al hermano, llamadas, lloros, el padre aislado, tal vez moribundo, luego sabrá todo, al menos lo contado, el ahogo, la asfixia, la pérdida de vida en la conciencia, lo sabrá se lo dirán, mas no puede valorar el alcance de la verdad, intenta, pues, recordar qué sintió, angustia, seguro, inseguridad, seguro, miedo, seguro. No estaba en ese recuerdo, primero, premonitorio, piensa en esos días antes de la última hospitalización, un vídeo, él cantando, la voz que perdió suena poderosa, ahora recuerda que siempre tenía un punto de afonía, guapo, moreno, pintaba bien con esa vehemencia interiorizada en el escenario, ahí debería haber sido, pero no fue, la voz se marchó. Ese recuerdo es hermoso porque le deja rememorar sus horas entre el público, el aparato de grabación, el sentido del orgullo que le invadía en cada aria, en cada golpe de voz, los recuerdos de la música en su corazón, ahí residen las falsas esperanzas, y las ciertas, claro; otro día otro vídeo, ellos, los padres hablando, ronco, ya lo he dicho, nosotros, él riendo, con una juventud que no le insulta, que reconoce, en esos momentos, el visionado, no es consciente de que la lejanía frente al personaje, al actor, se volverá necesidad de entender tras la ausencia. Tal vez sea, el personaje rumia, la necesidad de aceptar. Aceptaremos la muerte de los muertos y la vida de los vivos.


No entiende cómo se agolpan los sentimientos ni cómo el dolor se apodera de los espacios que se han abierto, pero sabe que es vulnerable, le cuesta ser fuerte, necesita tiempo para volver a ser aquel a quien vio junto a padre en las imágenes de la televisión. Madre estaba, sonríe al pensar cuando ella confesaba la ansiedad que le producía aquel personaje, ella misma, cuando se veía en la película, sonríe por la tranquilidad, porque sabe que ha hecho las paces con su dolor, con el marido que fue a ratos, con el padre que ejerció despreocupadamente o el abuelo que quiso hacer ver un amor total al nieto, sí, sonríe porque ha de hacerlo, alguna vez ha de volver a sonreír. El padre decía a la madre y a los hijos, él no ríe, hace tiempo que no ríe, dónde se marchó la alegría que siempre le acompañó, dónde está la gran novela que me prometió, el personaje querría responderle que en los cientos de libros sobre los que ha hablado, todos los comentarios y reflexiones, en sus novelas, en sus libros de relatos, en los poemas, en las conversaciones que se prometieron mantener, yo te llamaré, me he propuesto, hijo, hacerlo al menos una vez por semana, nunca, bueno, a veces, la madre que llames al padre, que él te echa de menos, él que no, que sí, y ahora habla con él en la compaña del lecho, por la noche, le pregunta si está junto a quienes quiere, hace la lista, el padre, el suyo, el primo y el tío, como una santísima trinidad de bienvenida, luego la madre, la suegra, el amigo que murió en el tren, el amigo que murió en la cama, y otros seres que no conocemos, le pregunta si está bien, le pide, pensamiento mágico, que le acompañe y le ayude, con algo de reproche, lo que no hacía en vida, pero no hay culpa en quien se va, el personaje es quien debe descubrir el camino. El camino es vivirlo, papá.


Aquella noche, en el lecho, desnudo, con un pañal símbolo de la precariedad, pero también del cuidado, de la atención y del amor, no lo quitarán, lo dejarán, la madre habla en la experiencia de otros muertos, porque él ya está muerto, llegará el médico, tímido, temeroso, está muerto, llegará el funerario con su bolsa y su camilla metálica, está muerto, ahí el hermano y el personaje lo cubrirán con el sudario, las sábanas que lo arroparon, lo introducirán en el contenedor; la cremallera se suelta cuando la hermana intenta cerrarla como si quisiera el destino dejar la despedida para más tarde, pero la despedida ya no es más tarde, es ahora, exactamente ahora, en ese momento. Las enfermeras en procesión junto a la puerta, está muerto. La habitación se va con ellos a la casa de la madre. El padre se queda.


Nunca fuiste niño, le dice el padre, siempre fuiste mayor, tus amigos eran mayores, tu vida era mayor, un adulto sin niñez siendo niño, aprendiendo a tapar la frustración, a adaptarse a las circunstancias alejándose del conflicto, nunca quieres conflictos, cumples la máxima cristiana del amor al prójimo mal entendida, al revés, la mayor parte de la gente es egoísta, tú eres altruista, demasiado, no dejas que tus deseos se impongan, nunca, has aprendido a no escucharte, por eso eres un receptor profesional, el escritor se disculpa, no es su misión el análisis, así que el personaje debe actuar, el personaje sabe que algo se rompió hace tiempo cuando se rebeló contra él mismo, cuando supo, con una certeza luminosa, que no podía seguir siendo el apoyo de nadie, que no quería ser el apoyo de nadie, que quería decir yo pienso, que estaba dispuesto a decir no. Tal vez le atenaza el miedo a procurar dolor o daño, es posible, pero ya no es su misión, ahora papá se ha ido, ha desaparecido, pero deja la constancia abrumadora del niño que no fue, es posible, lo dirá el propio personaje, que su vida haya sido una lucha por recuperar la infancia que no disfrutó, dejar los abusos, el acoso, adentrarse en el mundo feliz de disfrutar de la vida, de otra manera, decir basta a las responsabilidades, darse libertad, es un camino. Tú yo yo nos reímos, ¿verdad?


El personaje acude a la psicóloga, habla, anuncia, la claridad del pensamiento es hiriente, no duda, sabe qué pasa, lo intuye. Hay una dificultad para la determinación, sabe, lo siente en el hígado, que es el momento de atravesar las grandes aguas, la propia existencia, con todos los peligros que eso conlleva, lo sabe y además es consciente de que tendrá éxito; nada es inamovible ni el pasado ni el futuro, no es posible la resignación, se puede cambiar el destino si se está en armonía con el todo. Lo sabe, pero el padre yace en la morgue, él no ha dado el permiso de escribir el cuento, ya lo hizo, ¿no? Anunció su muerte, ahora en la casa de la madre, ya no lo es del padre, aunque su presencia es abrumadora, las fotos, los dibujos o el retrato, su sillón con las medicinas y los aparatos por medio, el olor. Es el momento de comenzar, dicen los hermanos, el momento de saber qué se va a hacer, el seguro, es prémium, dice la hermana, como si la muerte pudiera ser VIP o cutre, al personaje le hace gracia, pero es de madrugada y el funerario ya está tomando datos, él representa a la familia, la que es, la que se tiene, su DNI, su nombre, su dirección, su teléfono, ejerce la función del padre, pero no siente angustia; en el cementerio alguien le susurrará al oído, ahora eres el cabeza de familia, una vez más no puede ser el niño que llora, que se acurruca, que siente dolor, ha de ser el fuerte, ha de ejercer esa adultez que le viene grande, que ejerce con autoridad y sabiduría, pero que rechaza, el personaje sabe que el otro lo ve así, que lo usa así, que lo necesita así, que él debe ser la guía, ¿durante cuántos años? Muchos, dice, muchos siendo fuerte, apoyando, siendo sustento, no puede serlo, entra en el mantra, en el bucle infinito que le hace daño, no le dejarán con facilidad, necesitan las muletas. Él sabe que ya no puede ser el bastón. La transición le angustia, le sienta mal, ir contra su naturaleza es doloroso, sabe que iniciará el camino. No oye nada sobre el tipo de ataúd o sobre las flores o sobre los coches, tampoco sabe que se le volverá a reclamar, no importa la muerte, no importa su dolor, él como objeto de lo que no quiere ser. Aún quedan muchas horas por delante. Te perdono, te agradezco.


Llega una mañana sin sueño, sin sueños, porque después estos vendrán todos los días hasta que vuelva a verse volando como en la infancia de los hermanos, levitando en la habitación configurada por la imaginación, cuenta la anécdota, todos ríen, alguien dice que no pudo ser, pero él levitó entre las sillas, notó la sensación física del vuelo, después años soñando con los techos de los edificios, no como un superhéroe, no, más bien como un pájaro que vive la potencia infinita de la libertad, eso se fue, el vuelo, claro, se fue el sueño que le infundía libertad al niño que no quiere dejar de ser y aparece, poco a poco, en un sueño sin pesadillas, un leve impulso, aparece en su madurez con escenarios de adolescencia, leve impulso, hacia arriba planea bajo batiendo las alas, primero diez metros, luego cien, siente, pues, la posibilidad de retornar a lo abandonado. Para que llegue ese momento primero está la mañana en que no duerme, su necesidad de expresar el dolor y sus descubrimientos, su sensación visceral que canta a la madrugada, se desvanece, aún ahí debe ser el de siempre, todavía no ha habido la transformación, duele, el vacío duele, pero siente en las entrañas que ese dolor insoportable no es más que el camino que ha de recorrer solo, sin muletas, transformándolo para poder abrir los ojos, volver a abrir los ojos como cuando deambulaba perdido por Valencia, muchos años atrás, consiguiendo levantar la cabeza, mirar al frente, ver, observar, percibir, sí, sabe que levantará la cabeza con fuerza. ¿Tú viviste levantando la cabeza?


Aquella mañana. Trabaja, no comparte más su dolor, no ha dormido, pero arregla la calefacción, es una manera más de dispersarse, de no pensar en quien se ha ido para siempre, luego tampoco se acuesta. Queda todo preparado para las lágrimas, pocas, muy pocas. Aún no ha llorado lo que debe llorar, ni ha compartido la muerte; tal vez sea para él algo personal, íntimo. Esa tarde se lo deberá decir al hijo. Papá, no viste sus lágrimas.


En la radio suena la música, como en los últimos días, a todas horas, Bach, Mozart. El hermano vive con la obsesión de despertar el cerebro que se encoge por momentos, el enfermo mueve la pierna que no se ha paralizado, una, dos, cien veces, sin descanso, con la mecánica infantil de quien lucha por demostrar que sigue vivo en alguna parte de un cuerpo que se ausenta. Más música, qué te gusta, cuál es tu favorita, acordes que tranquilizan el espíritu, veinticuatro horas con la esperanza de la resurrección; es todo vano, el fin se acerca sin fisuras, cada día más deterioro, la vista ha desaparecido, el oído, es probable que en parte también; no se pierde la esperanza de llegar a esa parte del cerebro que debe quedar todavía en funcionamiento. Otra noche más, el personaje en la cama de al lado, el padre con el mando en la mano, apuntando media hora a una tele que no se altera, que no ve, que no escucha, deja el mando a distancia, ahueca la misma mano sobre la oreja, no debe percibir nada ni las preguntas del concurso ni a los personajes que han actuado para él todas estas tardes de hospital y de rutina, ellos que le han acompañado con la precisión quirúrgica que ya no va a poder ser en él, no vio ganar a Rafa sobre Orestes, le faltó muy poco para decir qué nivel tienen, cuánto saben, el que gana también es bueno, lanzando el gesto del beso con satisfacción al aire, ¡tan italiano! Cada día un motor se apaga. Al otro, ausencia, dormitando con breves momentos en que aprieta la mano, la madre leal, al lado de un cuerpo que se empieza a extrañar, la voluntad de ser desaparece, poco a poco, día tras día, luego el gesto de la succión, porque la muerte deviene nacimiento, un niño, ese reducto minúsculo de la mente, primigenio, inaugural, que es el último que se apaga, luego fetal, dormitando en el líquido amniótico de un sueño eterno. Naces y mueres, papá.


El personaje en el hospital, otra vez, hoy no dormirá allí, pero acompaña y habla, reflexionan sobre momentos que fueron, sobre la vida que se está marchando, sobre lo que ya no va a poder ser, él dice, ella escucha, la madre, que cuando todo acabe no habrá más responsabilidades, dejará de salvar a los otros, cada uno en su mundo, cada uno que acepte su destino, él decide, de una manera difusa, que empieza a ser el momento de decir que no. No, no quiero, se repite machaconamente, aunque no sepa lo que no quiere, intuye, hace mucho tiempo que lo manifiesta con la boca pequeña, de una manera sutil, tímida, para no ofender, claro, que algo pasa, que algo no funciona, que ya está bien; vuelve a pensar que se acerca el momento de ser él mismo. Él ya no está.


La tarde se ha de desarrollar, hay que canalizar el dolor y todavía no ha llamado al hijo, al nieto, cuando se decide casi no habla, no puede, el otro tampoco, llora, no lo suficiente, sigue reprimiendo su yo, sigue pensando en no hacer daño, en la comodidad de los otros, pero en ese momento no puede. El anuncio está hecho. Un par de horas bastarán para que aparezca la figura imponente, deshecha por el dolor, el padre lo esperará en la puerta del ascensor, lo abrazará y le dirá al oído, ya no tengo papá, ya no tengo papá.


Y llegará la noche, también quienes reclaman su momento de atención, no descansan, no puede ser, existe una necesidad física de descansar, de cerrar los ojos. Se le olvida drogarse. Algo duerme a la espera de la misa, de la voz acogedora del cura que hará una homilía entrañable. Antes, los hermanos habrán hablado con él, habrán acordado poner el Réquiem de Mozart cuando acabe el oficio (Confutatis maledictis, flammis acribus addisctis, voca me cum benedictis) y el féretro salga por la puerta hacia su morada definitiva; lo sugirió el personaje, les habló de cómo le gustaba a padre, la fuerza magnética de las voces cantando a muertos, ayudándolos al tránsito hacia las aguas procelosas que llevan a otro mundo. La iglesia en intimidad. El día soleado para prepararlos hacia su propio camino, el del duelo. Cómo te gustaba la voz del barítono.


Es curioso que se pueda descubrir que el peso del padre es más ligero de lo que se creía, que el tiempo no se ha desperdiciado creyendo que determinaba cualquier acción, que todo se derivaba de lo que no fue; es leve, pero su intensidad aparece nítida y limpia en los momentos en que se ha de renovar la vida. El personaje manifiesta que se cierra el círculo, de nuevo, no espera esta vez la aprobación de padre que se la dio cuando debía hacerlo. El círculo misterioso de la vida, vivimos muchos años, dirá, vivimos muchos años y la gente pasa y pesa de una manera muy diferente a otros tiempos, nadie es imprescindible, nadie es para siempre ni tú tampoco, sonríe ante el espejo que se niega a mirar. Quiere, le dijo al oído, recuperar quien nunca debió de desaparecer. Lo hizo ante la frustración del desencanto, unas oposiciones malditas que le darán todo lo que fue, un tempo en que la superficialidad, el niño libre, el payaso vocacional, desaparecerían para afrontar lo adulto como un mandato del destino; todo fue esfumándose difuminado en las brumas de la responsabilidad, del sentido común, de revertir en los otros como un perfecto anfitrión de vidas ajenas, así no pudo ser, fueron decenas de años, exageración, puede; aun así, nadie le espera para juzgar la imaginación de lo que debería ser, papi ha fallecido, su sombra, esa sí que es leve, se va borrando cada hora que pasa. Sin embargo, su recuerdo aumenta.


Un periodo sin poder volver al pasado inmediato, en que no sabe reconocerse, como si ese personaje, otro, hubiera ido marchándose en los meses de agonía de la enfermedad. Ahora, se repite, es el momento de recordar la alegría, la jovialidad del ser inconstante, trivial, del histrión feliz. El trabajo será duro, deshacerse de la imagen, de las expectativas de los otros, de un sí mismo que se desliza hacia una bruma inasible, no será fácil, pero será. El padre recuerda en el universo de los muertos el susurro del hijo. Seguimos hablando en la indefinición del pensamiento.


En algún momento llega un vídeo de la hija, ella y el abuelo juegan a hacerse una autograbación, el abuelo tontea, saca la lengua, ríe, ella ríe, se oye en el fondo la voz de otros, la del personaje, la de la madre, la de la hermana, mientras las imágenes fluyen con su intemporalidad insultante, tal vez es de hace un año, la voz inconfundible con sordina y los pequeños momentos de asfixia, ríe, ríe y reflexiona sobre la vida, sobre el amor a la nieta, te quiero, sin saberlo deja su legado a la eternidad, no solo en la carne que está viva y presente en cada uno de ellos, sino como reflexión, dice: Soy feliz con vosotros, la felicidad es un momento, no es constante, no dura para siempre. La felicidad es un segundo. Es encontrarte, de pronto, que no necesitas nada y que tu espíritu y tu alma están llenas de amor. Entonces vuelven otros fantasmas que no son los habituales, el personaje ofrece la filosofía a los hermanos para que permanezca indeleble en la tierra, en esa nueva morada con ruido de coches y calma de cementerio. No puede evitarlo, pensar en la capacidad intelectual, en el ingenio creativo, en la manera de amar que cada uno tiene; no hay preguntas, tal vez certeza de que solo si se desprende de los pesos emocionales podrá ser persona, al menos la persona que aúna personaje y actor; el escritor se aleja, le cuesta aceptar su papel en la farsa, en la comedia monumental que se representa simultáneamente con miles de millones de personas, sin saberlo, todos los días desde hace miles de años, una parte ínfima, es y somos. El escritor no quiere intentar el diálogo, prefiere observar al margen, ver y sentir sensaciones que el hijo padece en el vientre: las lágrimas que apenas afloran, el dolor de estómago o el desasosiego que emula el vacío de una botella. Su misión, la del escritor, es la de literaturizar lo cotidiano, mentir, embellecer, explicar sin intervenir, mas no es fácil, el personaje, a veces, se adentra en la creación y lo invade todo. La terapeuta dice, podrías escribir como personaje, solo para ti, pero ella no sabe que el escribidor necesita su público, aunque escriba para el personaje, ese será su lector, así la ficción lo desborda todo, lo enriquece, lo maquilla, difumina los límites imprecisos entre la verdad y las impresiones. Las palabras son un artilugio para describir la angustia y la felicidad, pero también para hacerlas llevaderas. Él presente.


Una comida, así acaba la celebración de la muerte, la alegría del encuentro entre los que están vivos. Todos, piden pizza, vino. Así hasta hoy. Suena Mother de Pink Floyd como una premonición, una más, una señal más. Hace mucho aire y el coche se bambolea como una caravana antigua, los treinta y dos grados de marzo abochornan el paisaje de arrozales e industrias. Todo empezó hace tiempo. Él espera.


Caminará por la huerta hacia el cementerio, respirando, erguido, el aire cálido que no da tregua. El nicho no está lejos, en la pared de enfrente, cree recordar. Con calma, extrae este cuento del bolsillo del vaquero. Ya ¿hay paz? El personaje llorará todo lo que no ha llorado, se lo leerá en voz alta, inventándolo tras la bruma que nubla los ojos; el sol ha salido e ilumina su lápida, él quiere creer que es el signo de una atención sin juicio. El camposanto es tranquilo, se oyen los coches en una lejanía rutinaria. Este camino, papá, lo tenía que recorrer solo, he tenido que pasar la antesala de la muerte, hablarle, saludarla sin miedo, sentir que este dolor es el comienzo de mi vida sin ti. ¿Será esta la novela que esperabas?

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