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miércoles, 22 de septiembre de 2021

El niño que oía el mundo. Cuento infantil

     agosto de 2004 

 

Jaume se levantó esa mañana con los ojos pegados porque había dormido toda la noche de un tirón. Papá le dio el desayuno y lo vistió para irse a la playa.

Jaume nació como un milagro de la luz. Era tan hermoso que cuando entraba en una habitación oscura, siempre la iluminaba con un resplandor azul.

Su piel era transparente, dejaba ver su corazón de ángel latir. Su pelo acariciaba al viento por las mañanas cuando papá lo llevaba al colegio. Sus ojos azules alegraban a todas las personas que se cruzaban con él por el mundo.

La gente se paraba y besaba su carita clara. Jaume los miraba a los ojos y sus enfermedades sanaban.

Jaume  era un ángel que la luz nos dio para iluminar los días con nubes. También los días tristes sin sol.

Jaume podía oír la tristeza en nuestros corazones, también podía verla. Siempre oía cómo latía el mundo.

Cuando llegaron al mar, Jaume se bañó con papá, su orejita se acercaba al agua y sonreía.

Papá le dijo:

― Cariño, ¿qué escuchas?

Todavía Jaume era muy pequo. Sonrió con palabras que solo entendía el padre.

 

 Oigo cantar a los delfines en el fondo del mar.

 

Jaume acarició la cara de papá.

 

Papá ya no está triste.

 

Jaume miró hacia el cielo, cerró los ojos y señaló las gaviotas en las nubes.

 

―¿Qué dicen, cariño?

 

Jaume se reía con su boquita de melocotón y sus dientecitos de caramelo.

 

 Dicen que desde lo alto el mundo es muy bonito, pero se ve muy lejano.

 

Salió goteando de la orilla del mar. Jugaba con papá a enterrarse en la arena.

 

 ¿Qué dice la arena, cariño?

 

Jaume se reía con el pelo dorado cubierto de granitos de sal.

 

― Que es feliz porque alguien juega con ella, pero que a veces está muy triste porque las personas tiran basuras y le hacen un poquito de daño.

 

Hicimos un castillo con la espuma de las olas, chorretones de arena y sal. Jaume cogió conchas y algas; peces y cangrejos que jugaban en la orilla del mar.

 

― Papato, quiero contarte el cuento del pececito que quería ser un delfín.

 

El papá le preguntó que cómo sabía ese cuento si era tan pequeñito.

 

 ¿Cómo sabes ese cuento si eres tan pequeñito?

 

Jaume se rió con sus ojos de luz.

 

 Porque me lo cuentan los pececitos que juegan con mis pies cuando pongo la oreja en las olas.

 

Su papá le pidió que se lo contara.

 

Érase una vez, cuando los hombres todavía no tenían coches, un pececito dorado que vivía en la playa. Estaba siempre muy tranquilo porque nadie se bañaba, aun no se habían inventado los bañadores y en el mar jugaban los peces, las tellinas y los cangrejos. Cito, que así se llamaba el pececito, un día vio que se acercaba un pez muy, pero que muy grande.

 

 Hola pececito, ¿por qué eres tan grande?

 Porque soy un delfín y bebo mucha leche.

 

El pececito se quedó muy sorprendido. El cangrejo, que era su amigo, tuvo que ponerse sus gafas para poder ver a un pez tan grande que bebía leche. Las tellinas hablaron entre ellas y pensaron que les estaban gastando una broma.

Cito se puso un poco triste porque era muy pequeñito, pero Delfín le dijo que no se preocupara porque en poco tiempo se haría muy grande.

 

 Cito, no te preocupes, porque dentro de poco te harás muy grande.

― Pero ahora soy muy pequeñito, ― dijo Cito con sus ojitos un poco llorosos.

 Cito, si comes muchas verduras, fruta y lo que digan tus papas, crecerás tanto, tanto, que te convertirás en un pecezote tan grande como yo.

Cito se puso muy contento y se despidió de Delfín junto a sus amigos.

 

 Adiós Delfín, espero que vuelvas muy pronto.

Cito creció y creció; también comía todas las verduras que sus papás le preparaban; como era un pez que no podía beber leche, entonces le preparaban yogures de frutas.

Así pasó el tiempo. Un hermoso día de verano Delfín volvió.

 

 Hola Cito, casi no te conozco, te has hecho muy grande. Eres casi tan grande como yo.

 ¡Qué contento estoy! ―dijo Cito. Es que me he comido todo lo que me daban. También he hecho mucha gimnasia.

Así, Cito se hizo un pez muy grande y siguió jugando con sus amigos en la playa.

 

 Papá, dijo Jaume, cuando miras muy fijamente al fondo del mar puedes ver a Cito saltando en el agua como Delfín.

Su papá le dijo que el cuento le había gustado mucho.

Como ya era muy tarde lo secó y se lo llevó a casa para que comiera porque tenía mucha hambre.

 

 Papi, dijo Jaume, quiero comer mucha verdura, fruta y yogurt para ser tan grande como Cito.

Jaume después de comer tenía mucho sueño y se puso a dormir la siesta.

Cuando Jaume dormía su papá le cantaba al oído y él era muy feliz porque los sueños le hacían viajar por encima del mundo y volar como sus amigas las gaviotas que había visto en la playa.

Cuando Jaume ya había dormido lo suficiente se despertó y se puso a cantar para que papá pudiera escucharlo.

 

 Hola, cariño, ¿has dormido bien?, dijo papá.

 Sí. He soñado que las imágenes que soñaba me decían cosas. Me contaban historias sobre lo que les pasaba, ―dijo Jaume.

Después el papato le preparó una merienda que estaba muy rica. Le puso un gran vaso de leche con cacao y un trozo de coca María que había hecho en el horno. Jaume miró divertido al papá. Se lo comió todo, todo, todo.

 

― Papato, a que no sabes lo que me ha dicho la lechita; dijo Jaume.

 No, contestó el papato.

― Que las vacas, las que llevan cuernos para adornarlos con flores, nos han dado la leche para que los nenes nos hagamos cada día más y más mayores.

 

Cuando acabó de merendar, Jaume, muy contento, le dijo al papá que quería ir a jugar al parque para ver a sus amiguitas y amiguitos.

Fueron paseando por la alameda de su pueblo. Tenía árboles muy grandes que se llamaban plataneros.

 

― Papi, los plataneros, ¿por qué no dan plátanos y tienen unas bolas muy chulas para jugar los nenes?

 

Papato sonrió y le contó que los plataneros eran unos árboles muy grandes que habían puesto en su pueblo para que hubiera mucha sombra y los niños no pasaran calor cuando iban al parque a jugar con sus amiguitos.

 

― Pues a mí me han dicho los árboles que quieren dar plátanos porque los pajaritos, cuando están en sus ramas y tienen hambre, les gusta comer cosas dulces como a los niños. ― Dijo Jaume.

― Entonces les diremos a los vecinos que pongan en un platito dulces, almendras y nueces para que los pajaritos canten y píen con mucha alegría. ―Dijo papá.

Después vieron que el parque estaba muy cerca. Jaume se puso a correr y a gritar de alegría; los niños que estaban jugando también empezaron a gritar y a reír. Por eso cuando vamos a los parques siempre se escucha mucho ruido, porque los niños y las niñas son muy felices de encontrarse.

El parque tenía un gran castillo de madera con un puente rojo, un pequeño tobogán verde, una red de araña amarilla donde se podía subir y dos columpios azules.

 

― Papá, dijo Jaume, ¿sabes lo que dicen los juegos del parque?

― No, contestó el papá.

 Espera, ―dijo el nene.

 

Entonces Jaume puso la orejita, que todavía era muy pequeña, en el tobogán verde. Escuchó las palabras ocultas de los juegos.

Oía todo lo que decían muy atento, se reía y en su cara se reflejaba toda la bondad que aun quedaba en el mundo.

Sus amiguitos se acercaron a él porque querían jugar, entonces Jaume les dijo:

 

― Esperad un poquito, que estoy hablando con los juguetes del parque.

Después puso la orejita en el gran castillo rojo; a continuación tocó con sus deditos la red amarilla y se balanceó en los columpios azules.

Al poco rato, mientras todas las niñas, y también los niños, escuchaban cómo Jaume susurraba casi sin que se le pudiera escuchar, dijo:

 

― Papato, ¿sabes? Los juguetes me han contado su historia.

Los niños comenzaron a ponerse nerviosos porque querían que les contara lo que le habían dicho.

Jaume, con la cara roja de la alegría que experimentaba, comenzó a contarles una pequeña historia:

 

― Hace tiempo existían las montañas, antes de que nuestros papás y mamás vinieran al mundo, antes que los pájaros. También antes que los coches. Las montañas se habían construido con arena y con piedras; pero algunas de ellas también tenían cuevas y ríos de agua.

Había una que estaba en un lugar muy lejano, que además tenía un metal muy, pero que muy importante en una gruta escondida. El metal se llamaba hierro.

Mucho tiempo después, cuando los hombres, las mujeres, los niños y las niñas vinieron al mundo, empezaron a coger, con el permiso de la montaña, el hierro que tenía guardado. Así, las personas aprendieron a hacer cosas de metal, clavos, sillitas, tubos.

También aquella montaña tenía madera, árboles muy grandes que vivían miles de años. Cuando vinieron las personas, les dejaron tomar una parte de aquella madera para poder hacer cosas que les ayudaran en la vida que llevaban sobre la tierra, cerca de ella.

Entonces hubo una persona muy inteligente que pensó que los niños y las niñas tenían que tener juegos para divertirse, por eso inventó los columpios, los toboganes y los castillos de madera y metal, para que todos los niños del mundo nos divirtiéramos y fuésemos muy felices.

 

―¿Os ha gustado el cuento?, ―preguntó Jaume.

 Sííí!!!! Contestaron todas las niñas, y también los niños.

 Pero aún queda un poquito más, dijo Jaume.

 ¡Cuéntanoslo por favor! ― dijeron todos.

 Pues, se me ha olvidado contaros que estos juguetes son muy felices cuando jugamos con ellos, nos tiramos o nos columpiamos. Pero que también se ponen un poco tristes cuando los ensuciamos o los tratamos mal porque se rompen. Así no puede nadie más con ellos.

 ¡No volveremos a tratarlos mal nunca más!, ―dijeron todos dando palmas de contentos que estaban.

Esa tarde todos jugaron mucho en el parque, se ensuciaron con la arena que había venido desde las playas. Los papás y las mamás no pudieron escuchar nada más que a los nenes, gritando, saltando y riendo.

Cuando acabaron de jugar decidieron que ya era hora de ir a casa para darse una buena ducha.

El papá le quitó la ropa a Jaume. Lo metió en la ducha; también con el agua se lo pasaron muy bien, porque Jaume le dijo a papi que el agua le estaba diciendo que estaba muy contenta de lavarlo y verlo tan feliz. Jaume también le dijo que así, duchándose, gastaban menos agua. De ese modo, todos podrían lavarse.

 

 Papá, te quiero mucho, y me alegro de que seas mi papato.

Entonces Jaume le dio un abrazo muy grande y comenzó a secarse. Su papato fue a su habitación, buscó un pijama con flores azules, al nene le gustaba mucho. Le quitó la ropita, los zapatitos y le puso el pijama.

Papá ya había preparado la cena. Se sentaron juntos. Cenaron verdura con pescadito. Después un yogurt con melocotón amarillo. A Jaume empezó a entrarle sueño.

Papá lo llevó al servicio, le puso pasta en el cepillo de dientes, le ayudó a lavarse la boca. Jaume estaba muy contento porque se encontraba limpio. Tendría un sueño muy confortable.

Tomó de la manita a su papá y los dos se fueron a la habitación.

 

 Papato, quiero que me hagas magia, ― dijo Jaume.

 Puf, pif, puf, ― dijo el papá moviendo las manos hacia el cielo.

 Papi, aun no hay magia y tengo sed, quiero que aparezca un vaso muy grande con agua fresquita, ¡por favor! ― dijo Jaume.

 Volveré a intentarlo, pero quiero que sepas que es muy difícil.

El  papá de Jaume se concentró y con sus manos volvió a hacer gestos hacia el cielo.

 

 ¡Puf, pif, puf!, ¡agua mágica, quiero que vengas en una gran taza blanca con dibujitos de lunas y que estés fresquita!; ¡Puf, pif, puf!, ― dijo moviendo las manos de nuevo, ―¡Quiero que aparezcas en la mesita de Jaumelé para que crezca mucho esta noche cuando sueñe con sus amiguitos!.

Y de repente, cuando Jaume volvió la cabeza hacia la mesa, ahí estaba el agua mágica que su papá había traído desde un cielo muy lejano para que su niñito creciera mucho,  mucho.

 

 Papato, ― dijo Jaume, ―¡Muchísimas gracias!¡Estoy muy contento porque a mí me gusta mucho el agua fresquita!.

 

Jaume saltó en la cama y tocó son sus manitas una marioneta que estaba colgada del techo; consiguió rozar sus patitas de madera.

 

 ¡Papá, papá, mira cuánto he crecido, ya soy muy mayor!.

 

El papá se rió mucho.

 

Jaume se acostó riendo y jugando con su papi. Cuando ya estaba dentro de la cama le pidió que le contara su cuento favorito; en realidad no era un cuento, sino muchos cuentos en uno, porque así se lo pasaban mucho mejor que con un solo cuento. Jaume le dio un gran beso a su papi. Entonces cerró los ojitos para oír mejor lo que su papá iba a contarle.

 

 Hace mucho tiempo, cuando todavía no había casi nada sobre la tierra donde vivimos,  los animales y las personas eran muy amigos, una mariposa de mil quinientos colores estaba comiendo de flor en flor. Las flores la saludaban,  le ofrecían su azúcar para que la mariposa volara feliz.

Pero un día, mirando al sol, se dio cuenta de que la luz que hacía era muy blanca, por esa razón el mundo tan bonito en que vivía casi no tenía todavía colores, porque claro, aun no había casi nada. Se quedó preocupada porque ella tenía muchos y muy bonitos colores. Posa quería un mundo fantástico de fantasía.

Así que empezó a volar y a volar camino del sol para ofrecerle sus colores para que el mundo luciera tantos como ella.

Mientras volaba hacia el sol con su mochila de flores, porque si no hubiera llevado una mochila con comida nunca hubiera llegado a un sitio tan lejano, vio a lo lejos una mariquita  negra que volaba cerca de unos árboles.

 

 Papi, ― dijo Jaume, ― las mariquitas no son negras, son rojas, te has equivocado.

 No, no, cariño, ― dijo papi, ― porque en aquel tiempo todavía no había muchos colores en la tierra, solo el negro de los escarabajos, el blanco de la luz, el amarillo de las flores y el verde de los prados.

 Entonces, ― dijo Jaume, es por eso que la mariposa que tenía los colores va al sol, a ¿qué sí?

 Sí mi amor, ― dijo papato ―¿Quieres que continúe contándote el cuento?

 Pues claro. Jaume se concentró en oír lo que su papá tenía que contarle, porque sabía que su papá era muy mágico y que sabía todas las cosas que pasaban y habían pasado en el mundo; también sabía que no le engañaría nunca. Siempre estaría a su lado

 Bien, ― dijo papi, ― continuemos con el cuento. ¿Te acuerdas dónde nos habíamos quedado?

 Sí, cuando la mariposa se encuentra con una mariquita negra.

 

 Hola mariquita, ― continuó contando el cuento papi, ―¿cómo te llamas?, dijo la mariposa muy ufana y contenta.

 Me llamo Quita y vengo desde mi casa porque estoy buscando una gran pradera de flores de colores, pero no la encuentro. Me parecen todas iguales.

La mariposa que se llamaba Posa sonrió y le dijo:

 Claro, la tierra aun no tiene muchas cosas, está un poco vacía, por eso yo voy al sol para prestarle mis colores y así tú podrás encontrar tu pradera de mil clases de flores.

 Gracias, pero perdona, no te he preguntado como te  llamas, dijo la mariquita.

 Me llamo Posa y soy una mariposa de mil quinientos colores.

 Estoy muy contenta de haber hablado contigo, esperaré aquí sentada en la copa de este gran árbol hasta que el mundo tenga mil quinientos colores.

Y así, después de hablar con la mariquita, Posa, la mariposa, siguió su camino hacia el sol.

Cuando ya estaba muy, pero que muy lejos de la tierra en el cielo infinito, vio que un pájaro volaba muy rápido y se acercaba hacia ella.

 

 Papá, ― dijo Jaume, ― tengo miedo, el pájaro ¿No se comerá  a la mariposa Posa?

 No cariño, el pájaro era un pájaro que también comía de  las flores el azúcar que tienen dentro; no era peligroso para Posa.

 

Así, los dos volando, se encontraron cerca del cielo y empezaron a hablar.

― Hola, ― dijo el pájaro, ― soy Llorenç, un pájaro de un solo color.

Y era verdad porque Llorenç era solo de color amarillo, los ojos amarillos, el pico amarillo, las patitas amarillas, la panchita amarilla y las alas amarillas.

―Hola, ―  dijo Posa la mariposa, ― soy una mariposa de mil quinientos colores y voy al sol porque quiero prestarle mis colores para que el mundo sea más hermoso.

―Pues a mí me vendría muy bien, ― dijo Llorenç, ― porque estoy buscando un mar que tenga más de  mil colores y todos me parecen iguales.

Dijo Posa, ―¿por qué quieres buscar un mar de más de mil colores?

―Porque, dijo el pajarito, me gustaría ser un pájaro multicolor. Para conseguirlo, tengo que bañarme en él.

― Muy bien, ―dijo la mariposa, ― cuando vaya al sol, podrás encontrar ese mar de colores y bañarte en él para convertirte en un pájaro de más de mil colores.

―Muchas gracias, ― dijo Llorenç, ― y, ¿puedo esperarte aquí volando mientras llegas al sol?

―Pues, toma, claro. ―Dijo Posa la mariposa.

Cuando acabaron de hablar se despidieron. Posa voló y voló por el cielo infinito camino del sol.

Cuando ya le faltaba poco notó que hacía mucho calor, tanto, que empezaba a sudar, pero el sol con su potente voz le dijo:

― ¿Quién eres? ¿Por qué vienes tan lejos?

A lo que la mariposa contestó

―Soy una mariposa de más de mil colores. Vengo de muy lejos para prestártelos y así podremos ver el mundo mucho más hermoso.

―Entonces, ― dijo el sol, ― acércate por debajo de mi gran panza, donde hace menos calor, y podrás estar junto a mí para siempre.

― Gracias, muchas gracias.

Entonces la mariposa Posa entro por la gran panza del sol y se quedó con él.

De repente todo cambió. El sol empezó a dar una luz de miles de colores y el mundo, allí debajo, lejos, lejos del sol, empezó a verse con más de mil matices que lo hacían el más hermoso que pudiera imaginar la fantasía.

 

―Entonces, papi, ¿así se acaba el cuento?, ― dijo Jaume.

―No, no, ― contestó papi.

 

―Cuando la mariposa decidió vivir con el sol, el mundo era tan hermoso que parecía llenísimo. Posa, un día, escuchó que el sol la llamaba.

―Dime sol, ¿qué quieres?

―Han venido a verte dos amiguitos muy simpáticos, ― dijo el sol.

 

―¡Son Quita y Llorenç, la mariquita y el pajarito!, ― dijo Jaume muy contento.

―Sí señor, ― dijo papá. ―Habían venido hasta el sol porque estaban un poco cansados de esperar. La mariquita se había hecho roja aunque aun le quedaban algunas motitas de color negro y el pájaro se había convertido en un hermoso papagayo de colores.

―¡Qué chuli! ―Dijo Jaumelé.

― Ahora tienes que dormirte mi amor, ya es muy tarde. ―Dijo papi.

―¿Por qué los niños tenemos que dormir y soñar con nuestros amiguitos?

―Porque el sol también se va a dormir un ratito por las noches, por eso tenemos día y noche. El día es para jugar y la noche para que los niños duerman en sus camitas y tengan dulces sueños.

―¿Por qué el sol se va a dormir? ―dijo Jaume ―¿También la mariposa duerme con el sol?

―Pues claro, ―dijo papá. ― Por las noches el sol está muy cansado porque ha estado todo el día corriendo. También la mariposa porque le presta sus colores y acaba agotada. Así, se ponen sobre el horizonte lejano, detrás de la montaña mágica y del mar de colores y sale la luna lunera cascabelera con su luz de dormir.

― Y ¿por qué la luna tiene una luz de dormir?, ―dijo Jaume.

―Porque los niños si no tendrían miedo de la oscuridad de la noche, por eso la luna tiene una luz del color de tus sueños, para que puedas dormir feliz y contento.

― ¡Qué bien! gracias papato, ahora me voy a dormir porque tengo muchísimo sueño. Te quiero.

―Yo también te quiero. Hasta mañana mi amor dulce; guarda mis sueños y vela por mí desde tu paraíso de amor.

 

Así, papá y Jaume durmieron toda la noche y soñaron cada uno con sus amiguitos y con las cosas más hermosas del mundo.

Buenas noches, yo soy un libro y también tengo sueño. Hasta mañana.

 

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